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sábado, 13 de junio de 2009

Colaboración

El siguiente artículo nos lo envía un colaborador con la intención de dar difusión a sus ideas. Nuetras páginas están abiertas a cuantos quieran exponer sus puntos de vista sobre la defensa de la vida, por lo que animamos a todos a seguir el ejemplo. Muchas gracias.


EL DERECHO A LA VIDA
Un poco al margen de la Ciencia, de la Filosofía, de la Política e incluso de la Religión, pues en esos campos está muy trillado por quienes de una u otra parte les corresponde, con unos y otros fines, por desgracia no siempre correctos, voy a olvidarme de términos como genoma, embrión, feto, vitelo, etc. Etc. Para hablar de la vida a base de perogrulladas y redundancias archiconocidas, pero sobre todo, y esto es lo importante, al alcance del pueblo llano, de la gente sencilla, de la gente vulgar y poco docta pero en cuyos corazones habita un ser único y maravilloso que se llama amor. Una madre aprieta a su bebé contra su pecho y le dice: ¡Mi vida! ¡Vida mía! ¡Mi rey! ¡Mi cielo! ¡Corazón mío! ¡Mi amor! (Unas expresiones que le salen sin pensarlas y la van elevando al cielo, al paraíso, a lo divino, a Dios... Sin haber estudiado nada esa madre ya vislumbra algo grandioso y único: el milagro de la vida. Esa criatura es un regalo del cielo, es un don divino. Se advierte el atisbo de algo sobrenatural: “el carácter sagrado de todo ser humano”.
Y al niño, cuando ya está entre los dos y los tres años, le preguntan (de una forma indiscreta, por supuesto) “Tú, ¿a quién quieres más?”. Y él dice sin dudarlo: “A mi mamá”.
Esta es la razón de ser de la vida, el germen de la familia. Si destrozamos la familia, destrozamos la sociedad y destrozamos la nación. Estamos invirtiendo los valores, no se habla de sacrificio, de esfuerzo, de renuncia, de virtud, de mérito, de estudios o de trabajo. Y sí mucho de aborto y de píldora abortiva. Ambos son un crimen, tanto para las que lo practican como para los que lo consienten y autorizan.
Cuando una madre mata a su hijo (a lo que más debería querer) ya queda marcada para toda su vida. Ese estigma no se lo quitará nunca de encima porque es la trasgresión de una ley natural que no la ha promulgado el hombre. Ha quitado una vida y se condena a sí misma de por vida a cadena perpetua. Se crea su propio infierno del que no le va a sacar nunca ningún politiquillo de pacotilla; con él no va el tema (una cosa es predicar y otra dar trigo), no tiene conciencia ni la mujer le importa nada.
¿Qué va a pasar si una niña de 16 años hace lo que le apetezca, lo que le pida el cuerpo, si cree que la vida es una orgía, una pura fiesta, un disfrute constante de los sentidos y del sexo? ¿Y si, además, hace lo que le recomienda, garantiza y permite el gobierno y nunca lo que le digan sus padres, que casi siempre son tontos, egoístas y no sirven para nada, sino para interferir (qué será eso)?.
¿Para qué molestarse en estudiar y sacrificarse si, total, la vida son tres días?.
Somos los últimos de Europa, pero ¡qué bien vivimos!

P. G. Suárez.