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domingo, 21 de junio de 2009

LA BELLOTA Y LA ENCINA

Os presentamos una nueva colaboración. En esta ocasión la remite nuestro amigo Antonio Moya, activo luchador por la vida, culto y documentado, por lo que sus escritos constituyen una buena base de argumentos para reflexionar.

LA BELLOTA Y LA ENCINA

En el actual debate sobre el aborto en España poco a poco se va abriendo paso a nivel popular un cierto raciocinio en el que no cuelan las ansias criminales de los propietarios de negocios abortivos y de los políticos que les jalean.
La afirmación de Bibiana Aído de que el feto es un ser vivo, pero no un ser humano se revela como una sandez y como un alarde de ignorancia absolutamente impropia de quien ocupa un sillón en el gobierno de un país que aspira a considerarse medianamente serio. No hace falta ser científico para saber que el ADN de una primera célula recién concebida es exactamente el mismo que el de ese ser humano a la vuelta de 80 años, lo cual marca una continuidad biológica sin cambios ni interrupciones en cuanto a la modalidad de ser viviente que ahí está. Lo único que se producen son transformaciones, pero siempre dentro de ese ser, que es único e irrepetible en el conjunto de todos los seres vivos que han existido y existen.
Además, esas transformaciones no sólo se producen en el seno materno, sino a lo largo de toda la vida. Basta ver una fotografía de un niño de un año y otra del mismo individuo 40 años después, por ejemplo. También se puede considerar el fenómeno del recambio celular por el cual las células de nuestro organismo van muriendo y siendo sustituidas por otras nuevas que se van generando, de modo que cada 7 años aproximadamente recambiamos todas las células. Ante este fenómeno podríamos preguntarnos si somos los mismos que hace 15 años, por ejemplo, ya que de las células que componían entonces nuestro organismo, probablemente no queda ninguna. La respuesta es que sí somos los mismos porque existe en nosotros una continuidad biológica basada en la identidad de nuestro código genético a lo largo de nuestra vida.
Estos razonamientos que acabo de hacer vienen abrumadoramente avalados por la ciencia moderna, de modo que lo que desde siempre se ha tenido como cierto de un modo intuitivo y natural, ahora lo conocemos por métodos científicos contrastados y probados, de modo que negar estas verdades ya no entra en el campo de la opinión, sino en el de la ignorancia o en el de la maldad ante fines turbios inconfesados.
De todas formas la afirmación de Bibiana Aído tiene más enjundia de lo que parece, pues defender el asesinato de seres inocentes es algo que va contra la racionalidad y un mínimo sentido ético, y por tanto, al menos de momento, contra lo políticamente correcto. Como quiera que es insostenible defender el asesinato de un ser humano en las condiciones que sea, la señorita Bibiana Aído no ha tenido más remedio que verse forzada a afirmar que eso que hay en el seno materno no es un ser humano. De esta manera, aunque sea contradiciendo la ciencia y quedando como una cateta, al menos la ministra salva el tipo de la coherencia en lo relativo a no hacer apología del asesinato de inocentes.
Debo decir en defensa de la ministra de Igualdad que esa búsqueda de coherencia en ese punto me parece bien, y que yo también sería abortista si tuviera la seguridad de que lo que hay en el seno materno no es un ser humano ya que a mí lo que me importa no es el aborto desde un punto de vista formal, sino que el aborto es un asesinato. Si el feto no fuese un ser humano, abortar no sería un asesinato y por tanto sería equiparable a quitarse un tumor o a extirparse la vesícula o una pieza dentaria por ejemplo, operaciones todas ellas de muy bajo o casi nulo contenido ético.
Tengo un amigo que si no es del PSOE poco le falta. Aunque en ciertos temas estamos en las antípodas, en otros muchos no, y en cualquier caso mantenemos frecuentes conversaciones en las que abiertamente exponemos nuestros puntos de vista y nos escuchamos uno al otro. Como no podía ser menos, en los últimos meses hemos hablado de este tema. Yo le he expuesto los razonamientos de más arriba, pero debo decir que no le he convencido. Por desgracia, aunque la ciencia aporte evidencias y verdades como puños, el fanatismo de quienes se obstinan en la maldad o al menos en las propias opiniones por el mero hecho de que son propias, es muy fuerte. Los partidarios del aborto tienen claramente una asignatura pendiente que no es otra que ceder gozosamente ante la belleza de la verdad y abrirse a ella sin pensar en las consecuencias políticas o sociales que pueda tener tal apertura. Siempre es mejor la verdad que lo que ella acarree, aunque sea duro.
Volviendo a mi amigo, un argumento que él maneja para apoyar su tesis abortista es el de decir que si destruimos una bellota no estamos destruyendo una encina, o más plástico, si nos comemos una bellota no nos estamos comiendo una encina. La bellota es la bellota y la encina es la encina. O el huevo es el huevo y el pollo es otra cosa, y no es lo mismo comerse un huevo que un pollo.
El planteamiento científico del ADN explica perfectamente la cuestión, si bien filosóficamente también se puede razonar que existe una continuidad en el ser que no es óbice a la existencia de ciertas mutaciones debidas al desarrollo y de igual manera no es filosóficamente correcto caer en el nominalismo en detrimento de la atención en el ser de las cosas.
Ninguno de estos razonamientos ha servido frente a la dureza de cerviz de mi amigo.
Parece ser que en el entorno en que me muevo la analogía de la bellota y la encina circula con más profusión de lo que yo me imaginaba. El otro día, sin venir a cuento se presentó en mi despacho un señor ya un poco mayor, de unos 70 años, agricultor, no amigo todavía, pero sí conocido, con quien he tratado algunas veces asuntos profesionales de carácter urbanístico. Traía en la mano una bolsita transparente en la que se veía una pequeña ramita con hojas. Yo, como soy de ciudad, no tuve ni idea a primera vista acerca de la especie vegetal que traía en la mano. Hablamos de un asunto urbanístico, y al terminar, sacó de la bolsita el esqueje indicándome que se trataba de una rama de encina. Puso delante de mis ojos la ramita en la que me hizo observar unos pequeños brotes puntualizando que en los mismos no se ven las bellotas. Sin embargo abriendo esos brotes, ahí están las bellotas, pequeñísimas. Es preciso diseccionar los pequeños brotes, pero efectivamente ahí están, pequeñas pero enteras las bellotas, y de la misma manera, al plantar las bellotas en la tierra, de ellas sale el árbol.
Evidentemente el razonamiento de este señor no es científico, es un razonamiento de persona sencilla que no tiene inconveniente en abrirse a la verdad observando la naturaleza. Ni me molesté en explicarle lo del ADN; no le hacía falta; tenía la sabiduría que han tenido durante milenios todos los hombres y mujeres que se han abierto sencillamente a la verdad y que la han antepuesto a posturas acomodaticias con fines inconfesables cargados de maldad.
Me quedé la rama de encina con sus brotes. La tengo en mi despacho, junto al ordenador. Me recuerda que la verdad a veces es más asequible de lo que nos imaginamos.


Antonio Moya Somolinos.

2 comentarios:

Córdoba por el Derecho a la Vida dijo...

Amigo Antonio. El símil de la encina y la bellota es uno de los más comentados por los proabortistas. Su inventora fue Judith Jarvis Thomson en un artículo titulado "Una defensa del aborto", publicado en 1974. Ya ves que no es nada nuevo, a pesar de que los que lo mencionan lo hacen alardeando originalidad. Tampoco es nueva la respuesta a esta falsa similitud: ni la encina ni la bellota son especies propias y diferentes, sino que ambas son "Quercus ilex". Es decir, son nombres con los que se denomina a una planta según su momento de desarrollo, de igual forma que un mismo ser humano será embrión y adulto con el paso del tiempo. Un abrazo.

ussitano dijo...

Enhorabuena por el articulo.

Quisiera simplemente argumentar que creo que sí que existe una cierta diferencia entre una bellota y un cigoto/embrión. Mientras que la primera necesita de ciertas condiciones propicias para crecer y desarrollarse en encina, el ser humano, terminada la fase de fecundación, ya es un ser autónomo (aunque dependiente) que tiene metabolismo propio y desarrolla un fenotipo individual único fruto de la interacción de su genotipo con el entorno. Por otra parte su ser un nuevo individuo de la especie humana lo determina su constitución en nuevo organismo autónomo fruto de la unión de la carga genética de sus padres y no el ADN que es una simple característica de ese nuevo ser humano.

Saludos.