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domingo, 30 de agosto de 2009

DIECINUEVE SIGLOS Y MEDIO DEFENDIENDO LA VIDA

Cuando se viven los acontecimientos de manera muy intensa se corre el peligro de perder un poco la perspectiva. En España llevamos desde 1985 viviendo probablemente una de las peores páginas de nuestra historia, no porque estemos padeciendo una guerra sangrienta frente a un determinado enemigo, o incluso porque la guerra sea fratricida, sino porque estamos asesinando a nuestros propios hijos, y porque esos hombres asesinados son precisamente los españoles más débiles, y por tanto los que deberían gozar de mayor protección del Estado y de la sociedad. Me refiero al millón largo de españoles asesinados mediante el aborto provocado. Lo que se dice, un genocidio.
Julián Marías ponía el dedo en la llaga al afirmar que la mayor desgracia del mundo contemporáneo no era propiamente el aborto, sino la aceptación social del aborto. Sólo pensar que me puedo quedar callado observando fríamente las estadísticas anuales sobre el aborto mientras cada día en España mueren descuartizados en el seno de sus madres del orden de 274 niños, sólo pensar esto me produce horror. Me invade la necesidad de exteriorizar y de compartir este horror, mediante la conversación, la acción política, la manifestación pública o escribiendo, con el fin de que no llegue la modorra, el acostumbramiento, la rendición. El enemigo no lo tengo enfrente, soy yo mismo, que puedo terminar aceptando interiormente el aborto como algo sociológicamente inevitable y que “tampoco es para tanto”.
Esto que digo no son entelequias, sino algo muy real. En España hay mucha gente a favor de la vida y, por tanto, en contra del aborto, pero que no hacen absolutamente nada por defenderla. La sangre de tantos niños asesinados les cae lejos, viven en su mundo confortable al margen de estos problemas, tienen la cabeza en su patrimonio, su consumo, sus aficiones, sus placeres, sus diversiones, su trabajo. El problema de esas madres embarazadas con apuros a quienes el Estado y la sociedad, hoy por hoy, no da más salida que abortar, y el problema de esos niños en el seno materno cuya vida pende de un hilo en una sociedad desquiciada, todo esto cae lejos en tantas personas autoconsideradas “buenas”.
Defender la vida públicamente es, me parece, una obligación moral en los tiempos que corren y en el país en el que vivimos. Quienes estamos en estos menesteres lo hacemos desde posturas individuales o asociados en plataformas, partidos, publicaciones, asociaciones, etc. En esta defensa destaca singularmente la Iglesia Católica, con iniciativas de todo tipo a favor del no nacido y de las mujeres embarazadas y sobre todo con una multitud de escritos de la Jerarquía, y sobre todo del Romano Pontífice, en defensa de la vida, en los que aparece fundamentado desde la fe y desde la razón todo el conjunto de problemas éticos que estas cuestiones plantean. Se podrá ser católico o no, pero resulta incontrovertible el reconocimiento que merece la Iglesia Católica por el papel que está jugando en esta hora difícil de la humanidad en la que la inteligencia parece haberse oscurecido, la sensibilidad adormecido y la voluntad anulado, en este momento en el que la mayoría de la gente, a pesar de tener ojos, no ve.
Algunas veces me he preguntado desde cuándo la Iglesia viene defendiendo la vida frente al crimen del aborto. He descubierto que desde muy antiguo. Casualmente el otro día tropecé con un pasaje de “la Didaché” que más adelante reproduzco. Todos los especialistas en la materia consideran que la Didaché es el escrito cristiano, no bíblico, más antiguo que se conoce. Algunos especialistas lo datan de los primeros años del siglo II, pero parece ser más plausible la tesis que lo data en el último tramo del siglo I. El nombre “Didaché” corresponde a la primera palabra que da título a la obra: Didaché ton dódeka Apostolón, que significa “doctrina de los doce Apóstoles”. Es en definitiva un pequeño catecismo del siglo primero en el que estaba todavía muy próximo, en el tiempo, el magisterio de los primeros doce que siguieron a Jesucristo. Pues bien, ya en la Didaché aparece una referencia al aborto que paso a reproducir: “El camino de la vida es éste: En primer lugar, amarás a Dios, que te ha creado; en segundo lugar, a tu prójimo como a ti mismo, y todo cuanto no desees que se haga contigo, tú tampoco se lo hagas a otro. La enseñanza de estas palabras es la siguiente: Bendecid a los que os maldicen, rogad por vuestros enemigos y ayunad por los que os persiguen. Pues ¿Qué generosidad tenéis si amáis a los que os aman? ¿Acaso no hacen esto también los paganos? Vosotros amad a los que os odian y no tendréis enemigo (……) no matarás, no adulterarás, no corromperás a los jóvenes, no fornicarás, no robarás, no practicarás la magia ni la hechicería, no matarás al niño mediante aborto, ni le darás muerte una vez que ha nacido, no desearás los bienes del prójimo”(Didaché, I, 2-3, II, 1).
De la lectura de esta cita se colige que la Iglesia lleva desde sus comienzos defendiendo la vida frente al aborto, y ahí sigue. Un buen ejemplo para que no desfallezcamos. Un buen ejemplo para no tirar la toalla. De acuerdo que en muchos casos no habrá servido para nada porque habrá habido quien no haya hecho caso a la Iglesia. Pero ¿Cuántas vidas de niños en el seno materno se habrán salvado en estos veinte siglos gracias a la voz de la Iglesia? Estoy convencido de que todo el bien que podamos hacer en esta materia, si lo hacemos, es un bien no perdido. A alguien aprovechará. Y aunque no aprovechase a nadie, por lo menos nos aprovecha a nosotros mismos, para no adocenarnos y amodorrarnos en nuestra comodidad.
Fijando la atención en el final de la cita transcrita observamos que en aquel siglo primero la Iglesia no sólo tuvo que enfrentarse con el aborto, sino también con el infanticidio. En eso estamos mejor ahora. No necesariamente cualquier tiempo pasado fue mejor. Al menos Bibiana Aido tiene claro que un niño ya nacido debe ser mantenido en la vida. Esto también tiene que levantarnos el ánimo a quienes defendemos la vida: peor lo tenían los primeros cristianos, o, por decirlo de otra manera, los del Imperio Romano del siglo I eran más burros que los políticos españoles del siglo XXI.
Otra enseñanza: Después de veinte siglos hemos vuelto casi al mismo punto. Esto nos demuestra que una sociedad puede progresar, pero si abandona los principios éticos puede retroceder veinte siglos. Eso nos lleva a tener que avanzar otra vez lentamente y hacer prosperar moralmente a nuestra sociedad con humildad, sabiendo que cada generación debe renovar su compromiso moral con los más débiles. En eso estamos y ahí seguiremos, aunque a veces flaquee el entusiasmo.

Antonio Moya Somolinos.

2 comentarios:

Córdoba por el Derecho a la Vida dijo...

Amigo Antonio: de nuevo nos ilustras con un magnífico artículo. Efectivamente, la Iglesia Católica es la institución que más ha luchado por los derechos de los indefensos a lo largo de la historia. Desde sus comienzos se mostró bastante más que “políticamente incorrecta”. Así, se negó a adorar al emperador como a un dios y no admitió un sistema social basado en la esclavitud, lo que le valió varias persecuciones.
Sin embargo, aunque ha sido y sigue siendo la más activa, no se la puede considerar la primera en condenar el aborto. Cuatro siglos antes ya lo había hecho Hipócrates, quien en su juramento afirmaba: “A nadie daré droga mortal alguna ni aún cuando me fuera pedida, y a nadie aconsejaré para tal fin. De igual modo no daré a ninguna mujer pesarios destructivos”.
Destacaría fundamentalmente tu última reflexión. El progreso es lento y laborioso, pero si se pierden los principios éticos podemos retroceder veinte siglos de un plumazo, aunque éste se llame decreto-ley

Miguel Angel Sánchez dijo...

Es muy importante eso que dices al final del articulo. "que cada generación debe renovar su compromiso moral con los más debiles".

Es mucho lo logrado a lo largo de los siglos. La declaración universal de los derechos humanos fue un gran paso y parecia que todo estaba hecho. Pero ya no se respeta el artículo 3 de esta declaración (entre otros). Es mucho lo perdido en estas últimas decadas y no debemos permitirlo.